miércoles, 8 de mayo de 2013

Capitulo 4


Dos pitidos impacientes de una moto.

-          ¡Ya salgo! – grité al mismo tiempo que me ponía el pantalón.

Me acerqué al espejo y me hice una trenza al lado.
Tres pitidos más impacientes.

-          ¡¡Que ya voy!!

Me miré por última vez en el espejo. Voy muy bien vestida, un pantalón vaquero ajustado con algunas roturas y una camiseta de medias mangas blanco con las palabras ‘’Sweet and Sexy’’ en negro. 
Cogí la mochila.
Bajé las escaleras y salí de casa dando un portazo aposta.

-          ¡¡Ya te vale Alicia!! – replicó Teresa al verme salir.
-          ¡Perdona! Me quedé dormida.

Me senté en la moto y bostecé. Teresa soltó una pequeña risita.

-          Alicia…
-          ¿Qué?
-          ¿De verdad piensas ir con esos zapatos?

Me miré los pies sin comprender.

-          ¡Uih!

Llevaba puesta las sandalias rosas con un osito que uso para andar por casa.
Me bajé de la moto y entré a toda prisa para ponerme otros zapatos.

-          ¡¡No tardes!! – exclamó Teresa.

Me intercambie las sandalias por unas botas negras, altas y con un poco de tacón.
Salí por última vez y esta vez si que nos fuimos al instituto.
Al llegar, las dos empezamos a correr como nunca hemos corrido en nuestra vida.

-          ¡Menos mal! – suspiré al llegar al pasillo donde estaba la puerta de mi clase. Aun el profesor no había llegado y los puntuales esperaban.

Teresa y yo nos miramos y sonreímos aliviadas. Si hubiéramos llegado tarde seguro que el profesor de Ingles nos ponía un castigo.
Me acerqué a Erica y Marta que conversaban animadamente.
-          ¡Hola! – saludé sonriendo.
-          ¡Mira la dormilona! – se burló Erica.

Le desvié la cara fingiendo que estaba enfadada.

-          Anda tonta, ¡Ven aquí!

Erica y yo nos abrazamos riéndonos como unas niñas pequeñas de seis años.
Marta tosió detrás de nosotros.

-          Mejor os dejo solas… que yo aquí sobro…

Nos miramos y luego a Marta.
Nos abalanzamos a la vez sobre ella y la estrujamos con mucha fuerza.

-          ¡Ay mi Martuki! – dijo Erica. Le dio un beso en la mejilla.
-          ¡Dejarme guarras! – exclamó la chica asfixiándose un poco.

Alguien me cogió por las piernas, haciéndome quedar por encima de todos.

-          ¡¿Quién me ha cogido?! – grité mirando al suelo con un poco de vértigo.
-          ¡Culpable! – Albert reía al verme desesperada por bajarme.
-          ¡Albert! ¡Bájame!

El chico cumplió mi orden y me bajó.
Me dio un abrazo con cariño.

-          Hay mi enana… - dijo, a la vez que le daba un cate en la cabeza a un amigo suyo que le acababa de susurrar algo.
-          Déjame, ya creceré un poco más – me defendí, cruzándome de brazos.
-          ¿Crecer a tu edad? ¡Tu estas loca!

Los dos reímos, Albert tenía razón, ¡Como iba a crecer con la edad que tenía!.

-          Quitaos de en medio chicos

El profesor acababa de llegar y tenía cara de pocos amigos.
Entramos en clase y me senté entré Erica y Marta. La clase, como todas las siguientes, fueron aburridas, pesadas y muy, muy lentas.
Cuando sonó la alarma, avisando de que podíamos irnos, todas recobramos fuerza y energía y salimos de la clase como si fuera a explotar en cinco segundos.

-          ¡Ahora me reúno con vosotras, que voy a dejar libros en la taquilla! – grité a Erica y Marta de lejos.

Posé la mochila en el suelo y abrí la taquilla número 161.
Saqué los libros de Matemáticas, Sociales y Tecnología; intercambiándolos por Francés y Lengua.

- ¡Ei, Alicia!

Cerré los ojos con frustración y resoplé. 
Mikel estaba dejado en la pared al lado mía.
Cogió la mochila y me la mantuvo en alto para no tener que agacharme.
Cerré la taquilla con un golpe seco y le quité la mochila de las manos con brusquedad,
Le miré con disimulo de arriba abajo.
Mikel llevaba un pantalón vaquero oscuro y una camiseta gris de mangas largas ajustada a su torso.
Aunque me de rabia pensarlo, Mikel esta buenísimo, es atractivo y bastante guapo.
El chico se dio cuenta de que le observaba atentamente y sonrió.
Desvié la mirada a otro sitio, se me había ido la cabeza.

-          ¿Qué quieres? – pregunté con tono seco.

No respondió. Me cogió de las manos y sin pensárselo, las metió por debajo de su camiseta, haciéndome tocar sus abdominales.
Giré la cabeza sorprendida hacia el. No me lo esperaba.
No aparté las manos de sus perfectos abdominales y el tampoco me las soltó. No decíamos nada.
Se fue acercando a mí lentamente hasta que ya le tuve a unos centímetros...

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